Las mujeres y los
hombres somos capaces de adquirir hábitos. De una manera didáctica se suele
hablar de hábitos buenos y malos. Por eso, hay que recordar que los hábitos son
necesarios para aprender a vivir. Es un aprendizaje apasionante que desplaza al
instinto.
Sabido es que cuando
hablamos exteriorizamos nuestra intimidad. A veces, es preciso decir algunas
palabras en un tono más fuerte. En el discurso musical ocurre lo mismo y nadie
se molesta por ello. La acción manifiesta nuestra intimidad y en el diálogo
reafirmamos nuestra condición de seres humanos. Los antiguos hablaron de la
necesidad de convivir, de fomentar la amistad. Cicerón la expresa magistralmente,
cuando nos dice que es muy dulce tener con quien nos atrevamos a hablar como
con nosotros mismos.
En nuestros días la
fiesta es, sin duda, el sitio donde podemos exteriorizar nuestra intimidad. Por
eso, los anfitriones –los dueños de casa- deben tener siempre en cuenta a
quiénes invitan porque una fiesta descubre el sentido profundo de la vida de
relación.
La fiesta produce una
magia y la magia es la diversión. Es cuando los invitados se vierten hacia
afuera y cuando lo hábitos buenos convierten todo en un entretenimiento en el
cual actores y espectadores manifiestan lo que sienten.
Cuando utilizo la
palabra fiesta, no imaginen los lectores una reunión de señoras elegantes y
caballeros apuestos. La fiesta se da en
la intimidad de un hogar, cuando marido y mujer, conversan en la sobremesa y
los niños se han ido a dormir. Los dos sueñan sin pensarlo y recuerdan tantos
momentos de su amor.
Por otra parte, está
la fiesta de un grupo de personas que celebra algo. Cada fiesta tiene un motivo
y es muy diferente de la simple diversión. Es el momento de pensar en los
bienes espirituales y cuando los invitados se embellecen con ellos. Pienso en
las pasadas fiestas navideñas cuando todos deseamos entrar en relación y
participar de un bien sin saberlo. Ese bien es la felicidad.
Hemos pasado ya Navidad,
Año Nuevo y Reyes. En esos días deseamos un bien a quienes felicitábamos. Existía
un motivo para celebrar y no hubo una simulación de la alegría. Los motivos
eran altos en la vida misma que llega, que pasa.
No volvamos la mirada
a los cumpleaños infantiles sino a las celebraciones que no pueden ser tristes
ni grises. Me parece que debemos aprender de los niños a jugar. Lo necesitamos
las mujeres y los hombres porque aliviamos así nuestra ansiedad. Por eso
podemos reencantar con la fiesta que produce un plato sencillo hecho con
cariño, la sonrisa a quien llega cansado de trabajar o la ayuda espontánea en
el hogar.
Roberto Cava De Feo
Para CAMBIO
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