Cuando la vida
parece de retirada, todas las personas conservamos un tesoro. Está siempre a
mano y contiene historias de tiempos pasados. Son hechos, costumbres y modas
vinculadas con la vida cotidiana. Los más jóvenes las considerarán cosas
nimias, sin sentido, pero se equivocarán. En cambio, para otros no lo son.
Hablar hoy de la
etiqueta en el duelo parecería desacertado. Se han perdido tradiciones cargadas
de años y de afecto. La muerte, esa
desdicha fuerte, estará siempre presente en nuestras vidas junto a las
manifestaciones externas que simbolizan el dolor que ante ella sentimos. En
nuestras tierras el color negro las ha acompañado siempre junto al silencio y
al llanto.
Nuestras bisabuelas
fueron las más grandes expertas de todo y sabían bien a qué atenerse. Manejaban
al dedillo el luto riguroso, el aliviado y el medio luto. El primero se llevaba
durante dos años. Después seguían algunos meses con el aliviado y otros más con
el último.
En tiempos pasados las
señoras salteñas usaban vestidos y abrigos negros, sombreros con cola de
crespón y prescindían de las alhajas.
Los hombres
exteriorizaban su duelo con el empleo de corbatas negras y brazaletes del mismo
color. Cónyuges, padres, hijos, hermanos, suegros, abuelos, nietos, cuñados,
tíos y primos, tenían sus lutos que iban desde unos años hasta los veinte días.
El fallecimiento de un novio comprometido oficialmente, llevaba a la novia a
imponerse un luto largo. También era visto con buenos ojos que ante la muerte
de los padres del novio, la futura esposa vistiera el luto de nuera.
Las visitas de
pésame tenían sus reglas. La familia de una persona fallecida recibía en ellas
el afecto de parientes y amigos. Comenzaban el mismo día del entierro y se
hacían por lo general al atardecer. Las tarjetas y las cartas cumplían la
misión de trasmitir el pésame por
escrito. En las llamadas tarjetas de visita, debajo de los nombres y apellidos
se usaba colocar la abreviatura S.P.
o también las palabras completas, es decir Sentido pésame.
Días después, unas tarjetas con reborde de color negro, llevaban el
agradecimiento en mano o por correo.
Era costumbre y
sigue siéndolo, la celebración de una misa. No es algo de tiempos idos porque
la muerte deja entre los que sobrevivimos un deseo de rezar por los fallecidos.
Quizás bueno es recordar que las señoras no iban a los entierros. La
participación de ellas comenzó bien avanzado el siglo pasado. En cambio,
hombres y mujeres eran invitados a la iglesia, por lo general al mes de la muerte de los
difuntos.
Han cambiado
algunos usos y costumbres relacionados con la muerte. Los coches fúnebres de
antaño fueron reemplazados lentamente por vehículos. Los hogares no son minados
con antiguas enfermedades y los coches blancos con tules, han dejado de
utilizarse.
Con sorpresa he
visto en una florería capitalina un aviso comercial. Se ofrecen flores para
bodas, compromisos, condolencias y
quince años. Parece que la palabra muerte o fallecimiento estaría fuera de
lugar. Hay diferencia entre dolor y tristeza. Podemos sentir mucho dolor pero
nunca tristeza porque los muertos cambian simplemente de casa. Esta idea puede
dar paso a un duelo sereno, menos ostentoso.
Los abogados
conocen los llamados días de llanto y luto. En ellos se
respeta a los familiares de una persona fallecida. Si bien es cierto existe la
necesidad de efectuar determinados trámites, aquellos días respetan el dolor.
Son normas antiguas que no han perdido vigencia.
Roberto Cava