La
sabiduría popular ha sabido acuñar a lo largo de los siglos unas sentencias
espléndidas. Por eso inicio este
artículo con un título sencillo para comentar la atención que precisamos
brindar a las personas cuando de agasajos culinarios se trata.
Hace
muchos años si una persona era invitada a un almuerzo o a una cena en casa
privada o en una institución, y tenía alguna restricción alimentaria, se veía
en la necesidad de excusar su asistencia porque se consideraba “enferma”. El tiempo ha pasado y, en la
actualidad es posible brindar todo aquello que le permita disfrutar de un
agasajo pero sin el mote “enfermo”.
El
sentido común no puede estar ausente y, por eso, aquellos invitados que guardan
una dieta alimenticia deben comunicarlo con anticipación suficiente. Hay
agasajos en los cuales los servicios de catering no pueden satisfacer las necesidades presentadas a última hora. La
razón es evidente. Los alimentos son elaborados en un sitio y trasladados después. No hay que olvidar que una boda con
trescientos invitados es diferente al agasajo sencillo de unos chicos jóvenes
donde nos uniremos a unas veinte personas más arropándolos con todo nuestro
cariño.
Los
que nos dedicamos al Protocolo podemos hacer cosas imposibles en nuestros ámbitos
más diversos. Sin embargo, cuando de alimentos se trata nos rendimos y
reconocemos que existen personas capaces de dar sabor de faisán a un humilde pollo.
Cuestiones profesionales son y cada uno en su sitio.
Tempo
atrás tuve ocasión de observar unos dibujos en una revista norteamericana.
Aparecía un matrimonio sentados en el living de la casa. A sus espaldas
se veían unas baldas con fuentes de comida vacías. Sólo quedaban en pie unos
cartelitos indicadores del contenido
consumido. Eran más o menos estos: “vegetarianos”,
“koscher”, “sin sal”, “sin colesterol”, “celíacos”, mientras marido y mujer exclamaban al unísono: “Qué fácil era antes recibir en casa”. Esos esposos habían puesto todo de su
parte para agasajar a sus invitados.
Existen
personas que, por diversos motivos, deben observar unas dietas alimenticias
determinadas. Ellas deben ser tenidas en cuenta y, en el momento de llevarlas a
la prácticas no podemos considerar que
existen “invitados de primera” e “invitados de segunda categoría”. Si los agasajos son en una casa habrá que acudir al ejemplo del matrimonio
norteamericano. Allí se optó por el sistema “buffet”.
En cambio, cuando es preciso ubicar a los comensales en mesas, podremos satisfacer a todos si contamos con
la garantía previa de un servicio de catering de probada eficiencia.
La
boda de los Príncipes de Asturias fue para mí un dechado de lo que se debe
hacer cuando coinciden personas con dietas especiales. Es verdad que los
sistemas tecnológicos contemporáneos brindan una asistencia impagable. Sin
embargo, no desearía estar en el cuerpo de quien ordene el servicio a las mesas con viandas
aparentemente iguales pero que no lo son en realidad. Sé que en aquella
oportunidad se ofrecieron platos exquisitos para todos y que un vegetariano tuvo
lo suyo con la misma entidad que los demás.
Además
de lo que podríamos denominar dietas clásicas, están también y con el debido respeto, las de las personas “caprichosas”. Recuerdo que una vez en
clase una persona expresó que ella no comía pollo y preguntó si podía informarlo
en el momento de confirmar su asistencia a una boda. Bueno, caprichosa es la
persona que satisface sus deseos sin importar si afecta o incomoda a los demás.
A
lo mejor lo del pollo podría ser un “trauma
de la niñez” o simplemente lo que lleva a no ingerir determinado alimento
porque recuerda algo, como en la espléndida película “Año bisiesto” (“Leap
year”). Allí la protagonista siente impresión ante el pollo después de haber
visto cómo se lo sacrificó de una manera casera. Los caprichos están reñidos
con nuestra disciplina. El consejo viene de lejos: “Cuando fueres a la boda, deja puesta la olla”.
Roberto
Sebastián Cava
muy cierto lo de ese matrimonio americano, hoy en dia hay tantas restricciones en lo que la gente come o deja de comer.....alergia al mani, veganos, intolerancia a la lactosa, o simplemente caprichos, como refiere el autor
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