Quienes hemos hecho
del Protocolo nuestra profesión habitual, sabemos bien que hemos elegido un
camino y asumido también una propia condición. Con ella nos esforzamos por
lograr “la excelencia”. Algunos dicen con fundamento, que ella es condición
necesaria para que nos premie la felicidad.
Sé que la felicidad
nace de la conformidad íntima entre lo que se quiere y lo que se vive. Algunos piensan
que la felicidad es una ilusión, un imposible. Sin embargo el Protocolo da
muchas satisfacciones cuando lo abrazamos y lo hacemos nuestro.
En nuestra
profesión se dan los gestos y así saludamos,
felicitamos, sonreímos, damos una bienvenida. A veces esa primera forma del
lenguaje surge por generación espontánea. No me pongo trascendente si recuerdo
las palabras de Heidegger al considerar además al silencio. El filósofo nos dice que nosotros
somos lo únicos seres que hacemos del callar un gesto característico y afirma que
“el silencio es un modo de hablar”.
Algunas personas les
agrada opinar sobre nuestras ceremonias. Para ellos deben ser lúdicas y sin interrupciones. Si en la música no hubiera silencios la armonía
se rebelaría. Nosotros hablamos o hacemos hablar a otros siempre dentro de la
sobriedad. Se menciona mucho a la Comunicación. Sabemos que las palabras poseen un significado y por eso procuramos que llegue a otros. Eso es
comunicarse.
Tenemos también
costumbres. De una manera sencilla ellas son gestos repetidos. Algunos se
convierten en ritos. Las normas de cortesía son, de alguna manera gestos
rituales: saludamos, nos levantarnos de un asiento, cedemos el paso.
El respeto a los
símbolos no nos hace maniáticos. De alguna manera ellos materializan nuestra
intimidad, lo espiritual. Entre los símbolos ocupan un sitio privilegiado las
banderas de Estados soberanos e independientes. Ellas no son señales ni signos
artificiales como no lo es la exhibición de la tarjeta roja que conlleva la expulsión del campo de juego. En tanto, en
el intercambio de anillos en la ceremonia de boda, la mutua entrega está allí simbolizada.
Las palabras fuertes de la amonestación lo dicen todo: “Recibe este anillo que
yo te entrego, en prenda de….”
En nuestras
ceremonias hay mucho de simbología. Las acciones simbólicas no son cosas del
pasado. Expresan realidades que están más allá de la lógica y de la utilidad. El público asistente a una ceremonia de
“doctorado honoris causa” se admira ante la belleza de la simbología. El
diploma, el anillo, el libro del saber, los guantes blancos, el birrete,
albergan tradiciones de siglos y merecen respeto.
A lo largo de la
profesión he tenido que pergeñar muchas ceremonias, entre ellas varias de
doctorados “honoris causa”. Con pena recojo un comentario poco oportuno de:¿“No le parece que se podría acortar un poco todo?”.
Secuencia de Ceremonia de entrega de Título de Doctor Honoris Causa
Vamos siempre a lo
profundo y, sin embargo podemos jugar un poco como los niños. Ellos juegan y no se inquietan por lo que ha de
venir, porque desde su punto de vista han llegado.
La entrega de los
premios Príncipe de Asturias, es un dechado de realización protocolar, es bueno
considerar el tiempo de reflexión, las horas dedicadas y el trabajo de
muchísimas personas que lo hacen posible. El Teatro Campoamor es el escenario
para la fiesta y el desarrollo de la ceremonia exige la presencia del arte y
del símbolo. En esa celebración festiva se elevan los sentimientos de las
autoridades, los premiados e invitados hacia lo trascendente.
Vista panorámica del Teatro Campoamor
Roberto Sebastián Cava
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