En el invierno de 1988,
deseoso por mis estudios musicales, tuve
ocasión de participar en un curso sobre ópera en el Teatro Colón de Buenos
Aires. A lo largo de un mes, con sesiones diarias, escuché las enseñanzas de
una grande del canto lírico. Era ella Delia Rigal, la soprano argentina que
había debutado en su escenario el 20 de junio de 1942.
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Buenos Aires, 1920 - Nueva York, 2010 |
Fue en el Salón Dorado del Colón, con un público
numeroso. Los que habíamos participado en el curso, cantantes y no cantantes, subimos al estrado. Todos cantamos junto a Delia
Rigal una parte de la ópera “Aurora” de
Panizza. Después, los que habían asistido a las clases tuvieron ocasión de cantar
las obras estudiadas durante el curso.
Muy pronto le surgió un ofrecimiento. Una señora deseaba llevarla
en una gira por provincias del interior de Argentina. Cuando se enteraron los
padres, no hubo viajes pero la animaron con cariño. Debía formarse muy bien con
los estudios del colegio, la música, el piano y los idiomas.
Más adelante, Delia
ingresó a la entonces “Escuela de Opera y canto” del Teatro Colón de Buenos Aires. Había estudiado antes
con la legendaria soprano Rosalina Crocco. En adelante, la discípula tendría nuevos
maestros. En 1941, audicionó frente al compositor
y director de orquesta Héctor Panizza y a otro compositor y director del Teatro
Colón, el Maestro Athos Palma. Delia cantó en el escenario del antiguo teatro
Politeama. Los músicos se estremecieron
al escucharla en el “Ritorna vincitor”, de “Aída”. No dudaron en animarla todavía más a seguir
adelante. De labios del maestro Panizza escuchó una premonición: “El próximo
año, vas a cantar en el Colón”. Lo hizo efectivamente, el 20 de junio de 1942.
Delia tenía 21 años. Era la misma niña que se había acercado a la radio para
cantar. Ahora como María de “Simón Bocanegra”, obtuvo un éxito impresionante,
metida de lleno en su personaje. Leonard
Warren cantó a su lado.
Después y en la
misma década del cuarenta, Violetta Valèry de “La Traviata” y los de Aida,
Floria, Elisabetta o Aurora, fueron algunos de los personajes que encarnó en el
Colón. También las óperas de Mozart y de otros compositores, mostraron
enseguida la gran ductilidad de Delia Rigal para interpretar a cada una de las
heroínas. Cantó junto a Beniamino Gigli,
José Soler, Mario del Mónaco, Leonard Warren, Mario Landi. Tuve ocasión de escuchar la grabación de una “Traviata” memorable. En su segundo acto, después del desgarrador “Addio”,
Gigli fue a buscar a Delia entre bastidores para que recibiera el aplauso del
público, diciéndole ”Viene, piccina”.
Con el paso de los
años, en 1950, debutó en el Metropolitan Opera House de Nueva York, en “Don
Carlo” de Verdi. En ese escenario cantó en innumerables temporadas. Eran
tiempos cuando las trasmisiones radiales llegaban con gran nitidez hasta el Río
de la Plata. Brindaron
así la ocasión de escuchar a Delia. El Teatro alla Scala de Milán, la Opera de París, La Habana, el Municipal de
Chile, el Solís de Montevideo, fueron otros de los escenarios en los cuales
cantó. En 1957 se retiró para residir en la ciudad de Nueva York, junto a su
familia.
A Delia Rigal le fascinaban
los personajes fuertes de la ópera. Sin embargo, en dos oportunidades encarnó a
Mimí de “La Bohème”,
de Puccini. Ella conocía muy bien la partitura aunque no la había cantado en
público. En el Teatro Municipal de Santiago de Chile y en el de La Habana, ante la enfermedad
de otra soprano y de la noche a la mañana, encarnó maravillosamente bien un personaje que no era de su agrado.
Con mucha pena debo reconocer que existen pocos registros
sonoros de Delia Rigal. No había en sus años los actuales medios técnicos. Las
versiones grabadas y conservadas son el
fiel testimonio de la grandeza de una artista cabal.
Al principio de
esta nota hice mención a uno de los cursos que Delia Rigal ofreció en el Teatro
Colón. En una clase ella comentó el último acto de “La Traviata”, de Verdi. Nos
llegaron muy hondo sus palabras. Cundo mencionó aquello de “cerca poscia le mie
lettere”, se transformó. Era la misma esperanza anidada en el corazón de
Violetta, ansiosa por recibir noticias
de Alfredo Germont. Annina, su fiel servidora, debía ir hasta la estafeta postal para recoger
la correspondencia recibida. Fue una sabia interpretación desconocida por
algunos directores de escena.
Una “prima donna” nos
desveló los secretos de la voz humana y del canto. Lo hizo con sinceridad y profundo
conocimiento. Recuerdo que un día, ante el aria que no captaba bien un
discípulo, se abajó para decirle didácticamente: “No es un vals, pero piense
que es un vals y saldrá”. Otro día, ante un insulzo “O mio babbino caro”, interrumpió
el canto y pidió que apareciera la picardía en la voz de Lauretta. También cortó
un “Voi lo sapete, oh mamma”, de Cavalleria. Se reconcentró y dijo a la
cantante: “¿Has estado alguna vez enamorada? ¿Sabes lo que significa la infidelidad
de un hombre? Quiero que lo pienses y, en la próxima sesión la vuelvas a cantar”.
Delia era dueña de un
excelente buen humor dentro de las sesiones y fuera de las mismas.
Tuve ocasión de conversar muchas veces con ella. También por teléfono y a Nueva
York cuando yo hacía mi posgrado en
musicología, en Washington D.C. Fueron conversaciones amables, vivaces. Se
mostraba siempre interesada por lo que ocurría en Argentina y por las novedades
que podía darle de sus discípulos. Le
preocupaba mucho saber que algunos cantantes
valiosos tuvieran que formar parte del Coro Estable del Teatro Colón, para
poder mantener a sus familias. Era algo que le dolía y, por eso repetía con
frecuencia: “¿Cómo puede ser? Yo me formé aquí y canté aquí”. Agradecía siempre
las enseñanzas recibidas y todo aquello que
los maestros internos del Teatro Colón le habían sabido dar.
Cuando se retiró de
los escenarios operísticos, se radicó en los Estados Unidos de América.
Conservó siempre su nacionalidad argentina y la Julliard School de
Nueva York se honró al recibirla para sus “master classes” en interpretación
operística. Fueron muchos los cantantes que escucharon allí los consejos, las correcciones,
por parte de una grande del canto lírico. Volvió muchas veces a Buenos Aires
para respirar su aire y vivir los recuerdos de sus años infantiles y juveniles.
Cuando le fue difícil emprender largos vuelos, lo sintió mucho. Sin embargo
siguió hasta su muerte los éxitos y triunfos de sus antiguos discípulos.
No olvido el
concierto que tuvo lugar en la inmensa Aula Magna de la Facultad de Derecho de
Buenos Aires. Allí estaban los alumnos de Delia Rigal. Al final, le entregaron una
pintura como recuerdo. Con emoción le
relataron el gesto magnánimo de una reina que había dado toda su hacienda.
Entonces un miembro de la Corte
se animó a expresar: “Majestad no le ha quedado nada”. Ella replicó: “A mí me
queda la esperanza”. Era verdad. Así también Delia atesoraba en su corazón la
alegría de ver triunfar en un futuro a nuevos atletas del canto lírico. Ellos
llevarían el resello, el resello de sus
enseñanzas.
Roberto Sebastián
Cava